Pucheruelos
Martín Piedra
Los pucheruelos son
una especie de setas que brotan en los pinares cuando empieza
a sospecharse la primavera. Se parecen a los «pedos de lobos»,
crecen en leves montoncitos del suelo como ellos, pero no
explotan dejando un polvillo en el aire cuando los tocas
sino que asemejan ser unos cuencos redondos y pequeñísimos.
De ahí su nombre, pucheruelos. Están muy ricos revueltos
con huevos.
El otro día estuvimos en el pueblo.
Mis padres fueron a arreglar unos papeles de notarías y
herencias a Cuellar. Mientras tanto, mi hermana y yo pasamos
la mañana en el pinar con el abuelo. Íbamos buscando pucheruelos,
la vista fija en el suelo. Anduvimos entre el barrujo, sorteamos
zarzas, olimos el tomillo. Orientarse en un pinar es de
lo más difícil que hay. Mi abuelo, hasta ahora, nunca se
ha perdido en el pinar, y creo que ya nunca lo hará porque
tiene ochenta años y sigue conservándose muy bien. Mi abuela
es la que anda mal, la pobre está achuchada de verdad. A
veces no nos conoce, o se pone a hablar sin ton ni son de
una perrita que tuvo de pequeña, o mienta a Eladio, un hijo
que se le murió con veinte años mientras cumplía el servicio
militar. Otras veces toma la sopa con tenedor o llama al
Señor Dios a gritos para que venga pronto a recogerla.
Vimos una ardilla y la cueva de
un zorro. Mi abuelo nos contó historias de los antiguos
resineros. Dijo que algunos, de tanto tiempo como pasaban
recogiendo resina en el pinar, meses y meses, se volvían
medio locos cuando salían a la carretera y veían espacios
abiertos.
—Se ahogaban al ver tanta cantidad
de cielo sin copas de los pinos que lo acotasen.
—Eso es agorafobia —dijo mi hermana.
Mi hermana sabe muchas cosas, pero luego se muere de miedo
si se da la vuelta y no nos ve a mi abuelo o a mí.
Luego hablamos sobre la salud
y lo maravilloso que es ser joven mientras seguíamos llenando
la cesta de mimbre con los pucheruelos. Hay que arrancarlos
con suavidad y sacudirlos levemente para que caiga la tierra
de entre sus pocas hojas redondas.
De pronto mi abuelo señaló el
suelo con su vara. Se agachó y tocó con prudencia unas setas
rojas con puntitos blancos. Eran puntiagudas y parecía que
de su interior iba a salir un nomo.
—Abuelo, que son venenosas —dije
yo alarmado—. Ni siquiera hay que rozarlas. Me lo has dicho
tú.
Carraspeó y aclaró que ya lo sabía,
que no me preocupara. Mi hermana andaba unos pasos delante
de nosotros, siguiendo una vereda de matas de espliego.
Parecía ejecutar unos pasos de baile sobre las lomas del
camino. Creo que canturreaba.
Mi abuelo se paró y me dijo:
—No te asustes. Ni eutanasia ni
nada. Tu abuela está empeñada en que le lleve un par de
setas de estas. Cualquier día me convence y tenéis que venir
al pueblo de entierro.
Le miré aterrado. Añadió:
—¿Qué crees? Se las haría revueltas
con pucheruelos, que de siempre ha sido su comida preferida.
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MARTÍN
PIEDRA
es el seudónimo utilizado
por un autor madrileño que escribe porque le gusta y porque
no puede dejar de hacerlo...
Lee otro relato de este autor, en Margen Cero:
Si el Capitán Trueno
- ILUSTRACIÓN
RELATO: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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