La mujer
de
oporto
(SIX
GRAPES)
Javier Sánchez Gutiérrez
Una mujer es un misterio;
una mujer sola es un misterio aún mayor, pero una mujer
sola, escribiendo en una cafetería art decó
del barrio de la Ribeira de Oporto, el barrio más orgánico,
abigarrado, vivo y colorido de una de las ciudades más decorativas
y decadentes de Europa, es no sólo un misterio, sino para
mí, que abomino de la normalidad y aborrezco las cosas ordinarias,
corrientitas, correctitas, una provocación mucho mayor que
si fuera desnuda o con plumas en la cabeza, porque qué hostias
estará escribiendo esta chica de pelo corto y aspecto ligeramente
andrógino, labios carnosos y mirada dulce dulce dulce, que
cada poco se detiene y muerde sonriendo la punta del bolígrafo
con una sensualidad espontánea, alegre, como de toda la
vida, quizá esté escribiendo un poema, es lo más probable,
un poema muy vitalista y sonriente, como ella, que te refresque
el espíritu como un vaso de agua recién sacada del pozo;
lo que no sé es cómo puede inspirarse con el jaleo que está
armando un grupo de jubilados que no dejan de embarullar
con sus voces y sus risotadas, son peor que los chiquillos,
y encima no le dejan a uno disfrutar de la esplendorosa
visión de la ciudad, y eso que tengo enfrente el puente
de don Luis, con lo que a mí me gusta esta arquitectura
del hierro que representa una especie de modernidad ya desfasada,
de chatarra tecnológica, de gigante decimonónico al pie
el cual han seguido construyendo casitas con fachadas de
azulejos de todos los colores estos temerarios oporteños
(¿se dice así?), pero da la impresión de que la peña de
los abueletes no va a dejar de graznar como las gaviotas,
no comprendo cómo mi escritora no emprende el vuelo para
refugiarse en cualquier otro rincón donde pueda concentrarse
y acabar su poema, o a lo mejor son anotaciones musicales,
desde aquí no lo distingo, pero quién te dice que no está
componiendo algún fadito, aunque eso sea típico de Lisboa,
no de Oporto, si hasta se le puede encontrar cierto parecido
con alguna de las fadistas famosas de ahora, que son todas
tan finas, tan elegantes tan guapas, Mafalda Arnauth, Dulce
Pontes, Cristina Branco, Misia, se parece mucho a Misia,
¡qué emoción si fuera ella!, no sé a qué espero a levantarme
y dirigirme a ella para invitarla como un caballero de los
de antes y expresarle la naturaleza de mis sentimientos
que, aunque no sean correspondidos, siempre me tendrán rendido
a sus pies, y podría decirle que yo también soy un creador,
que he escrito varios poemarios que no son muy conocidos
porque ésa es la pega de ser poeta maldito, que el reconocimiento
literario suele venir mucho después, cuando uno ya lleva
un tiempo bajo la tierra que ella tan liviana risueñamente
pisa, claro, puede ser que me confunda con un oportunista
o un ligoncillo barato de tres al cuarto, pero ¿y si accede
a dar un paseo conmigo por la orilla del río, y de la mano
caminamos junto a las barquitas de las bodegas, en el lado
de Vila Nova de Gaia, mientras frente a nosotros se despliega
el sorprendente mural de Oporto (esto es un poco cursi,
ya sé, pero a veces el sueño de la emoción produce monstruos)
que desciende de las colinas hasta el Duero disgregándose
en la infinidad de colores de las estrechas, a veces estrechísimas,
fachadas de las casitas?, o quizá prefiera perderse por
el laberinto de callejuelas que asciende hasta la catedral
(muy oportuna la vertiginosa escalera de la verdad para
emplearse a fondo en un beso que puede durar tanto como
permitan las necesidades humanas o la luz del día) o bien
hasta la zona de los franciscanos, en cuyo caso el beso,
más turístico, menos íntimo, puede consumarse al pie del
convento, o mejor, en el interior de sus catacumbas por
aquello de la originalidad y lo románticas que resultan
ciertas libertades poéticas, como propone en una de sus
canciones que más me gustan, que afirma que las libertades
en poesía no dependen de las rimas ni de los tropos sino
de la belleza de nuestros actos, y, ahora, ¡parece que me
ha mirado!, ¡me ha mirado, entre anotación y anotación,
con su forma de mirar distraída sin ser superflua, desenfadada
sin ser vulgar, dulcísima sin ser empalagosa!, si no fuera
por el coñazo de los abueletes que ahora ¡se han puesto
a cantar!, ¡podría ser todo tan idílico!: el río que está
dorándose por momentos según el sol desciende por la desembocadura,
la visión de los tres puentes en perspectiva (el de don
Luis, el de Eiffel, el nuevo modernísimo y vanguardista
del ferrocarril), los letrerones de las bodegas que parecen
banderas entre las primeras sombras del ocaso, el limpísimo
cielo atlántico que rebrilla intensamente porque el aire
contiene infinidad de moléculas de agua marina pulverizada,
la mujer escritora, poeta, cantante o sabe Dios qué que
ha detenido sus ojos rientes y ensoñadores en mi humilde
persona..., ¡fusilaría a esos abuelos!, ahora uno de ellos,
embotado por el oporto con gaseosa, ¡se ha atrevido a dirigirse
a ella para sacarla a bailar!, ¡el muy abyecto, infame y
decrépito!, a lo que ella se ha negado amabilísimamente
y sin perder esa compostura literaria tan propia de las
grandes damas portuguesas: no esperaba menos de ella, pero
está visto que cualquier incidente desafortunado puede dar
al traste con una de las pocas cosas hermosas que la vida
me ha puesto a tiro en toda mi vida, valga la redundancia,
de modo que no debo esperar ni un instante porque a veces
en tan sólo un segundo te sales de la carretera y se te
tuerce la existencia, como cuando hace unos años, después
de toda una tarde de angustia apenas disimulada con una
ingesta excesiva de cerveza, fui a proclamarle mi amor a
Merceditas de una acera a otra porque antes no me había
atrevido, a voz en grito, todo muy emocional y cinematográfico
y tal, pero entonces se puso el semáforo en rojo y se detuvo
una furgoneta entre nosotros y yo me quedé con el querer
en la boca, como si fuera un vómito que no se quiere vomitar,
porque cuando la furgoneta arrancó Merceditas ya no estaba,
se había ido para casarse un tiempo después con un honesto
funcionario, que para nada puede compararse en intensidad
vital con un poeta maldito, y ahí aprendí yo que no hay
que descuidarse y además ya no estoy como para sumar más
frustraciones en mi agenda, así que voy a levantarme inmediatamente
y a presentarme ante ella, hoy llevo mi colonia irresistible
y parece tan dulce que no me la imagino rechazando mi compañía,
luego, una vez sentado junto a ella mi verbo envolvente
hará el resto (aunque espero que no sea como otras mujeres
a las que yo he envuelto con mi palabra y otros, finalmente,
con sus brazos), porque además los ancianetes están cada
vez más alborotadores y no paran de molestarla constantemente,
seguro que (los hombres) con insinuaciones procaces, con
que ¡¡allá voy (compruebo: la nariz recién sonada, la bragueta
subida, el aliento fresco, las manos recién secas en el
pantalón, el espíritu marcial)!!... pero, ¡socorro!, ¡ella
también se levanta!: ¿qué hace?, ha recogido apresuradamente
sus papeles, ¡qué guapa, joder!, ¡qué estilo tienen las
escritorascantantes portuguesas!, ¡qué naturalidad!, ¿y
ahora?, ha cogido un horrendo paraguas de colores que escondía
dentro del bolso y ¡lo está abriendo!, ¡si no hay una puñetera
nube!, ya sé, será algo así como nuestra Ágata Ruiz de la
Prada, original y estéticamente subversiva ella, pero ¡no!,
¡es horrible!, ¡me muero!, creo que volveré a sentarme otra
vez, sin hacer mucho ruido con la silla, porque así, en
esta posición, con el trasero a un palmo del asiento estoy
un poco ridículo, es mejor que me acomode por si sufro un
desmayo, la horda geriátrica ha formado disciplinadamente
detrás de mi amor, de mi vida, de mi hembra perfecta, enigmática,
misteriosa, poética, telúrica, y ha comenzado a desfilar
como si el birrioso paraguas fuera el estandarte de un ejército
rumbo a cualquier chiringuito históricoartístico donde mi
diva les dejará diez minutos para hacerse cuatro fotos con
que luego pegar la paliza a sus amistades y familia, porque
mi diva no es escritora, mi diva no es fadista, no anota
poemas extraordinarios, ni las notas de una nueva melancólica
melodía, sino cositas de facturas, recibos, cheques de hotel
y ordinarieces así, y digo yo que, claro está, no nos confundamos,
no tengo nada en contra de las guías turísticas ni contra
nadie que ejerza su trabajo con esmero y honestidad, ¡¿por
qué me ha tenido que engañar de esta manera?!, ¡¿qué motivos
le he dado para burlarse de mí si ni siquiera me conoce?!,
¡¿qué le hecho yo para humillarme así?!, y encima, cuando
salía del café con todo su rebaño, la mujer de mis sueños
se ha despedido con una sonrisa beatífica que me ha hecho
sentir como si, de repente, con su adiós se cerrase todo
un ciclo de abandonos (empezaron abandonándome los Reyes
Magos, luego Dios, después Carlos Marx, cómo no mi esposa,
y ahora ella) que constituyen y cimientan mi existencia,
con lo cual, desamparado, huérfano de creencias, de doctrinas
y de sentimientos, ¿qué alternativas me quedan?: tal vez
tirarme de la torre de los Clérigos, pero siempre tuve vértigo,
no me apetece nada ofrecer un espectáculo patético y que
al final me tengan que bajar los bomberos temblando como
una gelatina y con los calzones mojados; quizás arrojarme
al río desde el pasaje bajo del puente de don Luis, aunque
el agua debe estar demasiado fría, y quién sabe si contaminada;
o cruzarme en las vías del tranvía, pero ¡es tan mono y
tan antiguo!, ¡mira que si descarrila y se rompe!... Mejor
será, me parece, que me pida una botella de six grapes,
de Graham, por favor, una destilería familiar que cuida
con verdadero mimo la crianza de sus vinos, y que la beba
poco a poco, hasta que las tinieblas de la noche y las de
mi cabeza sean una sola, y la vida se convierta, pero de
verdad, en un sueño.
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JAVIER SÁNCHEZ
GUTIÉRREZ
nació en
1965 en Albacete (España). Es profesor de historia en el
Instituto de Secundaria Ramón y Cajal, y de una asignatura
insólita y apasionante (Cultura de la tolerancia) en la
Universidad de la Experiencia; en su tiempo libre redacta
guiones para documentales. Ha publicado algunos relatos,
como consecuencia de la obtención de los correspondientes
premios literarios, en Madrid (Ateneo Cultural 1.º de Mayo),
Murcia (Certamen Jara Carrillo), León (Casa de Galicia),
Cuenca (Biblioteca Pública de Iniesta), Albacete (Certamen
Antonio Machado, de Casas Ibáñez)... Escribe por la necesidad
compulsiva de inventar, de transformar, de fabricar nuevas
ideas y nuevos lenguajes. Considera la literatura (el arte,
en general) como el espacio óptimo para el ejercicio de
la libertad. Siente devoción por Jorge Luis Borges.
alcantarias(a)hotmail.com
ILUSTRACIÓN RELATO:
Tranvia en Porto, Por Pedro M. Martinez Corada (Trabajo
propio) [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)],
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