Naufragio de
la estima
Daniel Adrián Madeiro
«¿Qué es la pobreza? La pobreza
es hambre. La pobreza es falta de techo bajo el cual resguardarse.
La pobreza es estar enfermo y no poder ser atendido por
un médico. La pobreza es no poder ir a la escuela y no saber
leer. La pobreza es no tener trabajo, tener miedo al futuro
y vivir día a día. La pobreza es perder a un hijo debido
a enfermedades relacionadas con el agua impura. La pobreza
es impotencia, falta de representación y libertad».
(Texto extraído del sitio: http://worldbank.org/poverty/spanish/mision/
Grupo del Banco Mundial).
Hace tiempo que aprendimos
a no preocuparnos por nuestras carencias.
Todo comenzó cuando quedé sin
trabajo.
Al principio los pocos ahorros
que teníamos permitieron cubrir algunas necesidades básicas.
Pero ahora, no. Hace tiempo, no.
Sin embargo nos adaptamos bien
a este cambio profundo. Nuestra vida se modificó notoriamente.
Ya no la vivimos desde un enfoque material. Tampoco espiritual.
Acordamos que es mejor no vivirla de ninguna manera.
Tomamos la iniciativa de darle
otro valor a nuestra suerte y sus caprichos.
A esta altura, no puede decirse
que seamos infelices ni lo contrario.
Las miradas sobre nosotros muestran
cosas distintas: dolor, extrañeza, indiferencia, amor, compasión,
inquietud, temor.
Mis hijos, mi esposa y yo, estamos
de acuerdo con nuestra forma de enfrentar este desafío.
Sabemos que vamos en la dirección correcta para darle un
corte.
Ante las actitudes de terceros
recordamos los gestos y sonidos que realizábamos cuando
reíamos y hacemos eso. Ayer nos reímos de todos desde que
se hizo de noche hasta que alguien nos tiró una botella
vacía que se estrelló cerca del menor.
Todos los días salgo a no buscar
trabajo para no frustrarme.
Con mis hijos y mi mujer vamos
a no comprar frutas, verduras y carnes. Cuando nos dejan,
entramos en supermercados o almacenes y no compramos absolutamente
nada, para no sentirnos mal.
Estuve visitando un banco y averigüé
que para no pedir un crédito ni abrir ninguna cuenta de
ahorros, tengo las condiciones apropiadas. Pero, no atienden
bien ahí. La seguridad me creyó un ladrón. Y yo, entre otras
cosas, tampoco soy un ladrón.
Suelen confundirme a menudo. Cuando
me quedo en la puerta de una escuela, algunas maestras me
preguntan si tengo hijos allí. Y, no soy un padre con hijos
en la escuela. Ni con esposa en la peluquería, ni con familia
en una casa.
Hay muchas cosas que nosotros
no somos: no somos gente de calzado en los pies, de ropa
sana, de pelo limpio, de rostro alegre, de mirada esperanzada.
Tenemos muy bien organizada nuestra
rutina: por la mañana, revisamos que no falte ninguna de
nuestras inexistencias depositadas en la vereda, y tranquilamente
nos preparamos para disfrutar el no desayuno.
Al mediodía mi mujer ha optado
por no cocinar todo lo que no tenemos para que podamos saborear
nuestra abundante nada.
Por la tarde no merendamos y por
la noche ya no cenamos.
Creemos que vamos bien. Si todo
se da como deseamos pueda ser que pronto le hayamos puesto
fin a esta situación y logremos disfrutar de una verdadera
no-existencia.
CONTACTAR CON EL AUTOR:
Madeiro[at]Tutopia.Com
ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por
Pedro Martínez ©
|