
Cuando llaman a la puerta
Javier Estévez
Lozano
1.
Después del bombardeo,
Omar se dirigió hacia el lugar donde debía estar su casa;
pero, a pesar de las nubes de polvo anaranjadas que habían
estado soplando durante toda la noche sobre la ciudad, supo
que no encontraría nada.
Estaba
amaneciendo, hacía frío y tenía un sentimiento —como un
dardo— profundo de miseria clavado en el pecho; en la espalda,
en las piernas, en la boca seca, en los pulmones intoxicados,
en el corazón hundido.
Cayó de rodillas, miró hacia el montón de ruinas que tenía
ante él; pero no pudo ver la puerta. El edificio ya no existía:
no había ventanas ni azoteas, no existían fachadas ni patios.
La puerta que tantas veces cruzara se había esfumado; y
con ella su familia, su amor, su futuro, su vida.
Su cabeza golpeó el suelo y sus lágrimas rebozaron sus ojos
con la harina anaranjada del polvo.
2.
Mary Anne vio venir a los marines
por el camino de tierra y se fijó en su andar cansino. Estaba
sentada en el porche, ya casi atardecía. Había escuchado
en la radio que las primeras víctimas de aquella estúpida
guerra habían caído; y se referían a los soldados norteamericanos
y británicos abatidos en los diversos frentes, en múltiples
contiendas.
Mary Anne se fijaba en el paso
cansino de los marines, y, según se acercaban,
su esperanza menguaba y sus sospechas crecían. Su madre
salió al porche con ella; había presentido algo, una punzada
en el corazón bastó: no le era desconocido, hacía mucho
tiempo, en otra guerra estúpida como aquella —como todas
las guerras— sintió una punzada muy parecida a ésta. Fue
cuando le notificaron que su marido, John —su querido John—,
había caído en una emboscada en una selva del Vietnam. ¡Dios
mío, tan lejos de casa!
Mary Anne se derrumbó cuando los muchachos subían las escaleras
de madera, cuando se quitaron la gorra y, a pesar de todo,
leyeron lo que había escrito en el papel. La madre la abrazó
consternada.
—Lo sentimos —dijeron los marines—. Murió como un
héroe.
Le entregaron la notificación y se fueron.
Mary Anne, sin saber por qué, miró hacia la puerta de la
casa; sintió un gran vacío: nunca más volvería a cruzarla
con Nick, su marido. Nick había caído. ¡Dios mío, tan lejos
de casa!
3.
Unos vecinos levantaron a Omar
del suelo, le limpiaron un poco el polvo, trataron de consolarle.
Alguien le dio un poco de agua. Omar salió de su sueño,
de su pesadilla; sintió de pronto un vacío violento que
le golpeó el pecho, escuchó a su alrededor: todo eran gritos
desesperados, llantos, explosiones, el rugir de la tormenta.
—Lo siento Omar —le dijo al oído
su primo Abdelsalam—, sé fuerte, Allah es grande
y nos dará la victoria.
Un coro de voces se alzó de pronto.
—¡Guerra al perro norteamericano! ¡Guerra al invasor!
¡Allahu Akbar¡ ¡Allahu Akbar!
Omar
empezó a sentir que el estruendo se alejaba rápidamente;
¿o era que él mismo se alejaba del ruido ensordecedor? Sintió
que se desmayaba y, según caía, echó un último vistazo hacia
el lugar donde estuvo su casa; donde estuvo la puerta que
le permitió durante muchos años el acceso a su vida, a su
amor, a lo que creyó su futuro…
No sabía quién ganaría la guerra; pero supo inmediatamente
que él había perdido para siempre: porque nunca más podría
llamar a su puerta.
4.
Mary Anne cruzó la puerta de su
casa; una suave brisa soplaba, dulce y perfumada. Su madre
estaba con ella. Cuando Mary Anne miró hacia atrás, vio
a los marines que subían al automóvil y se alejaban
por la carretera del condado hacia el este.
Sintió que había perdido su vida,
no importaba quién ganara la guerra.
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JAVIER ESTÉVEZ LOZANO es un
escritor y editor madrileño. Preside el
Círculo Independiente Ñ de Escritores.
xavierdetusalle(a)yahoo.es
ILUSTRACIÓN RELATO:
Air Canada Jazz Dash 8 to Pearson, By GTD
Aquitaine (Own work) [Public domain], via Wikimedia Commons.

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