Marosa di Giorgio*
Restañada de heridas, de futuro,
de esas tardes que cubrieran enigmas que toca el nacimiento:
la tejedora ríe con mirante reír.
¿Nunca viste las agujereadas y esplendentes caligrafías
de su dolor en gineceo?
Se sienta frente a la puerta de cenizas.
Empieza a alimentarse con hebras de mapas astrológicos.
Los hábitos la eluden, la vierten de presagios
bajo formas de nubes o de arcángel roto.
(Sé que conversaba con demonios verdinegros
en altas torres cerradas a tu paso.
Alguna mañana, en Montevideo,
atrapamos objetos caídos del hechizo).
¿No alcanzas las estrías de vejez,
guardando para siempre —es decir, para nadie—
aquella cajita mortuoria y señorial?
Hay manantialidad en cada fuego de esta nombradía,
tan casi espuma que sube, crucificándote.
Edimburgh, agosto
de 2004
* Encontrándome en Edimburgo,
llegó a mí la noticia tristísima de la muerte de Marosa di Giorgio, aquella
druida surcada por el soplo de la Gracia y del Sacrificio. En su recuerdo
(que es un recuerdo de lumbre de anémonas y de destellos para implorar),
escribí el texto que lleva su nombre.
Velado
nombre
bajo diamante
A Jerónimo, en la cueva de Belén**
Deshaciendo cacerías, oscureciéndome
en la pérgola de glicinas donde pudiera morir
lo que desnudo, lo que alejo,
un día saltaré a las barrancas
para ver cómo se abren las puertas.
El niño cubre su cara de esmeraldas
y se inclina, ansia mojada.
Tal vez caiga la lluvia sobre el horizonte,
¿pero qué sauce de pavor no está oscilando
frente a este fuego que vuelve?
El incendio enamorado guarda hojas caídas.
Todo es arder en la tristeza, Anatole,
aun cuando las horas se busquen en la nada
para cantar de mi cuerpo
una nostalgia de húmedo perfume.
La arena ocultará tu pelambre.
Nadie habrá huido tan lejos,
ni arrancado un lirio de la columna rota.
Ya me atraviesan los tules
como felpas de araña bajo la tierra.
Si tu savia me abandona,
te encuentro —feral— revolcándote en las tumbas.
Escucho el sonajero contra las paredes.
Me arrojo al tobogán sin costados
para que huelan los desechos de esta vejez.
Escamas que raspan, labios partidos,
abandonada sed del amante,
¿qué ácido lechoso sube por el sótano?
Ya me atraviesan los tules.
París, septiembre
de 2004
** Nació en Dalmacia (Yugoslavia) en el
año 342. San Jerónimo cuyo nombre significa «el que tiene un nombre sagrado»,
consagró toda su vida al estudio de las Sagradas Escrituras y es considerado
uno de los mejores, si no el mejor, en este oficio.
En Roma estudió latín bajo la dirección del más famoso profesor de su
tiempo, Donato, quien era pagano. El santo llegó a ser un gran latinista
y muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco conocedor
de los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días leyendo y
aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón, Virgilio,
Horacio y Tácito, y a los autores griegos: Homero, y Platón, pero casi
nunca dedicaba tempo a la lectura espiritual.
Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados (especialmente
por su sensualidad que era muy fuerte, por su terrible mal genio y su
gran orgullo). Pero allá aunque rezaba mucho, ayunaba, y pasaba noches
sin dormir, no consiguió la paz, descubriendo que su misión no era vivir
en la soledad.
De regreso a la ciudad, los obispos de Italia junto con el Papa nombraron
como Secretario a San Ambrosio, pero éste cayó enfermó, y decidió nombrar
a San Jerónimo, cargo que desempeñó con mucha eficiencia y sabiduría.
Viendo sus extraordinarios dotes y conocimientos, el Papa San Dámaso lo
nombró como su secretario, encargado de redactar las cartas que el Pontífice
enviaba, y luego lo designó para hacer la traducción de la Biblia. Las
traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas imperfecciones
de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy exactas. Jerónimo,
que escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la
Biblia, y esa traducción llamada Vulgata (o traducción hecha para
el pueblo o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica durante
15 siglos.
Alrededor de los 40 años, Jerónimo fue ordenado sacerdote. Pero sus altos
cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos defectos de la
alta clase social le trajeron envidias y sintiéndose incomprendido y hasta
calumniado en Roma, donde no aceptaban su modo enérgico de corrección,
dispuso alejarse de ahí para siempre y se fue a Tierra Santa.
Sus últimos 35 años los pasó en una gruta, junto a la Cueva de Belén.
Varias de las ricas matronas romanas que él había convertido con sus predicaciones
y consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a Belén a seguir
bajo su dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó
en aquella ciudad un convento para hombres y tres para mujeres, y una
casa para atender a los que llegaban de todas partes del mundo a visitar
el sitio donde nació Jesús.
Con tremenda energía escribía contra los herejes que se atrevían a negar
las verdades de la religión. La Iglesia ha reconocido siempre a San Jerónimo
como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender mejor la
Biblia, por lo que fue nombrado Patrono de todos los que en el mundo se
dedican a hacer entender y amar más las Escrituras. Murió el 30 de septiembre
del año 420, a los 80 años.
MANUEL
LOZANO nació en Córdoba, Rep. Argentina. Es escritor (poeta,
narrador, crítico literario y ensayista). Ha cursado estudios de literatura
y lingüística en Europa. Gran especialista en literatura argentina contemporánea
y principalmente en la de Silvina Ocampo, así como ensayista de filosofía
(principalmente sobre la obra de Hume, Berkeley y Spinoza). Es autor de
quince libros (que van del relato fantástico y cuasi-fantástico al ensayo
y la poesía). Su obra ha sido traducida al inglés, francés e italiano.
Colaborador en varios diarios hispanoamericanos. Fue becado por el gobierno
español para participar, durante 1993, del Primer Foro Literatura y Compromiso,
junto con varios grandes autores de la literatura mundial, entre ellos
los premios Nobel Wole Soyinka y José Saramago. Ha recibido más de 45
premios nacionales e internacionales y el elogio de muchos grandes autores
de la literatura argentina, entre ellos Borges. Conferenciante y organizador
de seminarios a lo largo y ancho del mundo y participante en varios foros
culturales a nivel mundial, ha creado FIED (Fundación Interdisciplinaria
de Estudios para el Desarrollo), institución con sede en las ciudades
argentinas de Córdoba y Buenos Aires y de la cual es presidente. Sus colaboraciones
pueden rastrearse igualmente por todo Internet.
Contactar con el autor: fied_bsas[at]arnet.com.ar
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