HUMOR BÍBLICO
por
Antonio García Francisco




Decía yo hace unos meses, y se puede comprobar aún en el primer número de HUMOR aparecido en esta nuestra revista, que el humor lo abarca todo, que “del humor no se libra ni Dios”.

Y esta afirmación me daba vueltas en la cabeza desde hacía unos meses, pero no encontraba la manera de plasmarlo con algún ejemplo. Hace unos días me decidí a llevarlo a la práctica. Algo había que hacer. Pero la cosa no es tan sencilla. Por más vueltas que le daba al tema tratando de presentarles un ejemplo a ustedes, amables lectores, solamente encontraba chistes más o menos graciosos y refranes castellanos que aludían jocosamente a Dios. En estas estaba cuando llegó a casa mi primo Olsen Ángel, Anyelo para los amigos.

¡Menudo angelito es mi primo Olsen! Cuando le comenté lo que estaba tratando de hallar, me sugirió unos cuantos temas bíblicos que no carecen de humor. Él es un gran agnóstico, pero parece que conoce la Biblia mejor que muchos creyentes.

En fin, que este filibustero me hizo una propuesta y me gustó el tema. No quisiera yo ofender a nadie, pero tengo que decir que lo escrito, escrito está y en este caso lo está desde hace tres mil años, habiendo permanecido invariado e invariable.

El primer asunto que me comentó (hay varios) es el de la burra de Balaám. Quien tenga una Biblia a mano lo puede hallar en Números, 22:7 y siguientes.

La puesta en escena más o menos es ésta:

Balac, el rey de Moab, tras ver que los israelitas han vencido a los amoritas, siente miedo y manda llamar a Balaám para que maldiga a los israelitas.

Entonces leemos en la Biblia, Números 22:


Los ancianos de Moab y de Madián se fueron con dinero en la mano para pagar las maldiciones, y al llegar a donde estaba Balaam le dieron el mensaje de parte de Balac.
Y Balaam les dijo:

Quédense aquí esta noche, y yo les responderé según lo que el Señor me ordene.

Y los ancianos de Moab se quedaron con él.
Pero Dios se le apareció a Balaam, y le preguntó:

¿Quiénes son esos hombres que están contigo?

Balaam le respondió:

Balac, hijo de Sipor, que es rey de Moab, los envió a que me dijeran que un pueblo ha salido de Egipto, y que se ha extendido por todo el país. Balac quiere que yo vaya enseguida a maldecirlos, para ver si así puede derrotarlos y echarlos fuera de su territorio.

Entonces Dios le dijo a Balaam:

No vayas con ellos ni maldigas a ese pueblo, porque a ese pueblo lo he bendecido yo.

Al día siguiente Balaam se levantó y les dijo a los jefes que había enviado Balac:

Regresen a su tierra. El Señor no me permite ir con ustedes.

Los jefes de Moab regresaron a donde estaba Balac, y le dijeron:

Balaam no quiso venir con nosotros.

Pero Balac insistió y volvió a enviar otros jefes, esta vez en mayor número y de más importancia que los primeros. Ellos fueron a ver a Balaam y le dijeron:

Balac, hijo de Sipor, te manda a decir: 'Por favor, no te niegues a venir. 17 Yo te daré los más grandes honores, y haré todo lo que me pidas; pero ven y hazme el favor de maldecir a este pueblo'.

Pero Balaam les respondió:

Aunque Balac me diera todo el oro y la plata que caben en su palacio, yo no podría hacer nada, ni grande ni pequeño, que fuera contra las órdenes del Señor mi Dios. Sin embargo, quédense ustedes aquí también esta noche, y veré qué me dice esta vez el Señor.

Por la noche, Dios se le apareció a Balaam y le dijo:

(Balaam se encuentra con el ángel del Señor)

Si esos hombres han venido por ti, levántate y vete con ellos, pero tendrás que hacer solamente lo que yo te diga.

Balaam se levantó al día siguiente, ensilló su asna y se fue con los jefes moabitas. Balaam iba montado en su asna, y lo acompañaban dos criados suyos.

Pero Dios se enojó con él porque se había ido, y el ángel del Señor se interpuso en su camino para cerrarle el paso. Cuando el asna vio que el ángel del Señor estaba en medio del camino con una espada en la mano, se apartó del camino y se fue por el campo; pero Balaam la golpeó para hacerla volver al camino. Luego el ángel del Señor se paró en un lugar estrecho, donde el camino pasaba entre viñedos y tenía paredes de piedra a los dos lados. Cuando el asna vio al ángel del Señor, se recostó contra una de las paredes, oprimiéndole la pierna a Balaam. Entonces Balaam le volvió a pegar. Pero el ángel del Señor se adelantó a ellos y se paró en un lugar muy estrecho, donde no podía uno desviarse a ningún lado. Cuando el asna vio al ángel del Señor, se echó al suelo. Entonces Balaam se enojó y la azotó con una vara. En ese momento el Señor hizo que el asna hablara, y que le dijera a Balaam:

—¿Qué te he hecho? Con esta van tres veces que me pegas.
—Te estás burlando de mí —le respondió Balaam—. Si tuviera a la mano un cuchillo, ahora mismo te mataría.

Pero el asna le dijo:

Yo soy el asna que tú has montado toda tu vida, y bien sabes que nunca me he portado así contigo.

Es verdad —respondió Balaam.

Entonces el Señor hizo que Balaam pudiera ver a su ángel, que estaba en medio del camino con una espada en la mano. Balaam se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, pero el ángel del Señor le dijo:

¿Por qué le pegaste tres veces a tu asna? Yo soy quien ha venido a cerrarte el paso, porque tu viaje me disgusta. El asna me vio, y me esquivó las tres veces. Si no me hubiera esquivado, ya te hubiera yo matado, aunque a ella la habría dejado con vida.

Y Balaam respondió al ángel del Señor:

He pecado, pues no sabía que tú estabas allí, cerrándome el camino. Si te parece mal que yo vaya, regresaré.

Pero el ángel del Señor le contestó:

(Balac recibe a Balaam)

Puedes ir con esos hombres, pero dirás solamente lo que yo te diga.

Balaam se fue con los jefes que Balac había enviado, y cuando Balac supo que Balaam venía, salió a recibirlo a una ciudad de Moab situada junto al río Arnón, en la frontera del país, y le dijo:

Te mandé a llamar con insistencia; ¿por qué no querías venir? ¿Pensabas que no soy capaz de hacerte muchos honores? [...]


Bien, amables lectores, aunque sean ustedes creyentes, no me cabe duda de que una sonrisa sí que les ha aparecido en los labios. Y si así no hubiera sido por sus creencias religiosas, les ruego que no se ofendan.

En lo primero que uno piensa es que Dios estaba en otro sitio cuando llegaron los ancianos a casa de Balaam, pues de otro modo no le preguntaría.

—¿Quiénes son esos hombres que están contigo?

Obviamente, Dios debería saber quiénes eran y ya debería de saber lo que iba a ocurrir, pero parece que no, pues si bien es cierto que en un principio dice

No vayas con ellos ni maldigas a ese pueblo, porque a ese pueblo lo he bendecido yo.

...no es menos cierto que unos versículos más adelante dice:

Si esos hombres han venido por ti, levántate y vete con ellos, pero tendrás que hacer solamente lo que yo te diga.

¡Ya tenemos aquí el principio del caos! ¡Orden más contraorden igual a desorden! ¡Con estos comienzos la historia no puede acabar bien!

Y el remate del caos:

Pero Dios se enojó con él porque se había ido.

Lamentablemente, de este último cambio de humor el buen Balaam no tenía ni idea. Ahora viene el hilarante relato del diálogo de Balaam con la perpleja burra.

Todo comienza en el versículo en que se dice que Dios hizo que la burra hablara, como si la burra tuviera la capacidad de pensar. Mejor dicho, parece que el autor quiere dar a entender que los animales piensan, pero que no hablan por voluntad de Dios. A fin de cuentas, la asna no solamente piensa, sino que razona numéricamente:

“Con esta van tres veces que me pegas”

le dice la borriquilla al pobre hombre. Pero, ¿y la respuesta que le da el amo al animalito en su segunda frase? No tiene desperdicio:

—“Yo soy el asna que tú has montado toda tu vida, y bien sabes que nunca me he portado así contigo.

—Es verdad. —respondió Balaam”.

Claro. Ni sorpresa ni nada de nada. ¡La cosa más natural del mundo! La burra le habla con una claridad pasmosa, le da un razonamiento meridiano y solamente dice: ¡anda, pues es verdad! Claro, que tampoco se sorprendió cuando unos días antes se le apareció el mismísimo Dios, para preguntarle quiénes eran los forasteros.

En fin, del diálogo que sigue se da casi a entender que el coeficiente intelectual de la borriquilla era infinitamente superior al del buen hombre que viajaba sobre sus lomos. Pero luego viene la segunda parte, el diálogo con el Ángel:

—“¿Por qué le pegaste tres veces a tu asna?”.

¡Como si no lo supiera el muy cínico! Se ve que los ángeles preguntaban por preguntar.

—“Yo soy quien ha venido a cerrarte el paso, porque tu viaje me disgusta”.

Vaya, se demuestra que preguntaba por preguntar. Es un hecho que los ángeles son preguntones. También es un poco cómica la bronca que le echa cuando bien podía haberse hecho visible al hombre y obviar al jumento.

Pero el caos continúa. Resulta que este debía de ser un ángel independiente, autónomo del poder divino, pues si resulta que el pobre Balaam está en camino porque Dios le ha ordenado ir, y nadie le ha dicho que Dios ha cambiado de idea, ahora resulta que al angelito le disgusta el viaje. Le disgusta a él, al ángel.

Lo dicho: orden más contraorden igual a desorden.

Yo me imagino la confusión de Balaam. Estaba buscando un rinconcito para esconderse mientras pensaba que no entendía nada. Al pobre lo único que se le ocurre decir es:

—“He pecado...”.

¡Buena respuesta! Lo grande hubiera sido si el ángel le pregunta en ese momento: ¿en qué has pecado Balaam? Afortunadamente no lo hizo, quizás para no aumentar la confusión de este hombre temeroso de Dios.

Por fin, tras un nuevo cambio de planes de última hora, Balaam consigue el salvoconducto y continúa su viaje:

—“Puedes ir con esos hombres, pero dirás solamente lo que yo te diga”.

Las peripecias de Balaam no acaban aquí, pero eso lo puede hallar el lector en una Biblia.

Bien, es cierto que mi primo Olsen me dio más pistas humorísticas de este relato, pero me advirtió de que mucha gente podría sentirse ofendida y yo, amables lectores, solamente pretendo hacerles sonreír.

Si lo he conseguido o no, solamente ustedes lo saben.


Hasta otra. Y recuerden, si un animal les habla, no pasa nada.




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