El fuego invisible, de Javier Sierra
por

Ricardo Rodríguez Boceta

 

D

escubrí el Fuego invisible de Javier Sierra por un azar del destino, en la librería. Yo iba en busca de una obra académica, de consulta, que me ayudara a profundizar en la marisma de la gramática española. Resulta que el manual que buscaba no se encontraba a la venta, que tenía que pedirlo, bueno, en realidad no tenía tanta prisa. Mientras la señora tecleaba en el mostrador, me fijé en una mesa con volúmenes de tapa dura. Premio Planeta 2017, ponía en letras blancas sobre un fondo granate.

Me acerqué a aquella montaña artificial con cierta reticencia. Hacía muchos años que no leía a un galardonado de ese certamen, la última vez fue en la adolescencia. Desde que los premiados eran personajes famosos por salir en la telebasura, pensaba que Planeta no tenía nada más que ofrecerme. De todas formas, entiendo que haya que vender libros a esas señoras que leen en la playa o en el metro y que difícilmente llegan a pasar del ecuador de la obra. No me parece mal, todos tenemos que ganarnos la vida, pero cuando paso por la Diagonal en coche y veo el edificio de la editorial, con ese jardín vertical en la fachada, inevitablemente me invade un leve sentimiento de pena.

La dependienta me informó de que ya estaba hecho mi pedido, que llegaría al cabo de un par de días. Le di las gracias y salí de allí con las manos vacías. Mientras iba de camino al coche barruntaba que, como las marujas domingueras, yo también conocía al escritor galardonado de haberlo visto por la tele. Hace algún tiempo, me encantaba Cuarto Milenio los domingos por la noche, cuando los lunes no tenía que madrugar tanto. Él era un colaborador asiduo del programa. A mis amigos y a mí nos divertía la manera cómo el tal Javier Sierra, escritor, se exaltaba ante el arte rupestre de una cueva que él había visitado en uno de sus múltiples viajes. Utilizaba una dicción dulce, delicada, un poco ñoña, pero atrayente. Imaginaba a todos los espectadores escuchándolo tan absortos como el propio presentador. Pensé entonces que quizá la obra galardonada no estaría tan mal.

Después del período estipulado, volví a la librería a recoger mi manual de gramática. La noche anterior me había tropezado con un viejo vídeo de la televisión pública vasca en la que un jovencísimo Sierra nos hablaba de un expediente extraterrestre: ¿el destino?, ¿lo fatal? Sin pensármelo mucho, salí del establecimiento con dos obras, una era el manual de gramática española y la otra, El fuego invisible. Hice una foto de la obra y la envié al grupo que tenemos unos cuantos amigos, puse un comentario al pie que rezaba: el Stephen King español.

Al cabo de unos pocos capítulos descubrí que El fuego invisible versaba sobre unos intelectuales que buscaban del Santo Grial. Yo había visto algunos documentales al respecto y todo el mundo conoce las aventuras de Indiana Jones, pero el tema nunca me había interesado especialmente. El vaso donde bebió Cristo, los clavos de la cruz, las espinas de la corona o la Sábana Santa son reliquias que no estimulan demasiado mi curiosidad. De hecho, creo que todas son apócrifas y que ya no se conserva nada que perteneciera a aquel humilde prohombre. Pero para los personajes de la novela, eso era lo  de menos. Lo importante estribaba en cómo determinadas piezas arqueológicas como el Santo Cáliz, auténtico o no, son la piedra angular de muchos de los edificios, obras de arte, creencias y leyendas de nuestra cultura occidental. Podría o no existir el objeto, de lo que no habría duda es del efecto que este ha tenido en el pasado del mundo y, por lo tanto, en nuestro presente.

Un ejemplo de esta repercusión son los principales escenarios en el libro: la ciudad de Madrid y la ciudad de Barcelona. Ambos lugares ya me parecían fascinantes antes de leer la novela; ahora, si cabe, me lo parecen más. Los personajes pasean hablando sobre la vida y aquí encuentran una edificación aparentemente absurda que construyó Fernando VII, acullá está el lugar donde mataron a fulanito y un poco más adelante está la única estatua de Lucifer que hay en Europa. Yo he pasado por el Retiro varias veces y nunca hube reparado en todo eso, más allá del estanque con barquitas y las cervezas sobre el césped.

Más adelante, los protagonistas, chico y chica, viajan a la ciudad de Barcelona. Concretamente a Plaza España, donde se encuentran las fabulosas construcciones para la Exposición Internacional de 1929: el Palacio Nacional, la Fuente Mágica, las torres venecianas, etc. A medida que uno asciende el Montjuic, se va topando con esos escenarios y al coronar la montaña se ven las mejores vistas de la Ciudad Condal. Allí daremos con el MNAC (Museu Nacional d’Art de Catalunya) y, dentro de él, una valiosísima exposición de arte románico que había sido extraída de pequeños templos del Pirineo. En algunos frescos apocalípticos —con esos Pantocrátors que te miran como diciendo: ¿has sido bueno?— aparece el Santo Grial antes de que en el mundo comenzara su leyenda y su búsqueda. A partir de este dato, los protagonistas se hacen cábalas sobre el origen de este motivo en el primitivo arte pirenaico: ¿serían aquellas edificaciones perdidas en el Pirineo del siglo XI las encargadas de proteger la santísima copa de Cristo? Todo parecía apuntar que sí. Por otra parte, unos entes malvados quieren entorpecer la quête del Grial y recurrirán, incluso, al asesinato de algún que otro personaje.

pantocrator

Traición, intriga, amor: todo lo que tiene que tener un bestseller. Cuando uno está leyendo la novela de Javier Sierra tiene la sensación de estar viendo un buen documental por la tele. Pero como la letra escrita se clava tan adentro en la mente del lector, casi te obliga visitar los escenarios reales y buscar el Santo Grial por tus propios medios. Es lo que hice: convencí a una amiga y nos fuimos a echar la tarde por Barcelona, aparcamos en Plaza España y subimos hasta lo alto del Montjuic. Visitamos el MNAC y nos sobrecogimos con la oscuridad y las paredes, tenuemente iluminadas, llenas de monstruos que prometían el infierno para aquellos que desafiaran la ley de Dios del año 1000. Lo pasamos realmente bien y, además, yo podía hablar de las obras; lo cual, cuando uno va al museo, siempre es de agradecer: ¿ves esos ángeles con ojos en las alas?, ¿y ese cuenco que aguanta la Virgen con un paño? Aquí pone que es un cirio, pero es mentira, es el Santo Grial…

En cuanto al argumento, es bastante simple. El final no lo revelaré porque para mí los finales son importantes, a pesar de que no sea lo mejor de esta novela. El valor principal de la lectura es que resalta, de la forma más agradable posible, con una historia, los edificios y monumentos que uno se cruza por la calle cuando patea las ciudades sin prestar mayor atención. Gracias a libros como el de Javier Sierra, uno ve las reliquias de la historia con una mirada más intensa e imaginativa. Por cierto, para los caza-tesoros: el Grial solo se mostrará a la luz de aquellos que posean El fuego invisible.

Amén.

párrafo reseña El fuego invisible

 

 Contactar con el autor de la reseña: ricardorodriguezboceta [at] gmail.com

Ilustraciones artículo: (portada) Javier Sierra en 2014, By Capitanfabian (Own work) [GFDL or CC BY-SA 4.0-3.0-2.5-2.0-1.0], via Wikimedia Commons | Meister aus Tahull, See page for author [Public domain], via Wikimedia Commons.

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